martes, 28 de julio de 2009


Quien puede decir ciertamente lo que es un hombre. Qué siente. Qué piensa. A qué le teme. Por qué vibra. Qué es lo que mas le interesa en la vida y en el mundo. Hasta donde es capaz de amar sin pensar que está loco o que es ridículo.
Quien puede decir que realmente conoce a un hombre. Quien puede decir que realmente lo comprende...
A veces pareciera que sí, que es posible, que atravesando el complicado laberinto de su pensamiento uno ha llegado al fondo, a ese lugar secreto, escondido, protegido por los cinco sentidos y lo ha encontrado... Pero un minuto después, él se rebela, borra todas las huellas, tuerce las agujas del reloj, cambia de voz, de piel, de convicciones.
Cambia la intensidad de la mirada, se vuelve hosco, lejano, inalcanzable, o nos hace creer que cambia de voz, de piel, de convicciones y que se vuelve inalcanzable...
Y otra vez estamos afuera, otra vez llamando a su puerta, otra vez estamos comenzando.
Un hombre...
Qué dilema...
Amamos.
Amamos a un hombre y nos abrimos con una daga para darle el corazón desnudo en la palma de la mano. Y él deja el corazón desnudo en la palma de nuestra mano, desnudo y tembloroso, porque tiene miedo de abrirse el pecho para cobijar ese corazón que se le está brindando.
Y cuando oye que su propio corazón late solo, dice que esta solo, " que esta solo como siempre", sin darle importancia al otro corazón que fue arrancado violentamente de su sitio y cada vez mas débilmente da la ofrenda su latido.
Es que... tal vez, él no quería que le diéramos el corazón; tal vez él quería solamente una sonrisa y nosotras, exageradas como siempre, le dimos el corazón.
Es muy posible que él buscara simplemente una oreja pequeña y bien formada para contarle sus penas, para darle algunas veces las palabras que exceden al recipiente... y nosotras, exageradas como siempre, le dimos nuestra vida.
Es posible que él buscara la suavidad de nuestra piel para sembrar en ella unos luceros que súbitamente le crecieron en la sangre... y nosotras, exageradas como siempre, le dimos nuestra sangre.
Quizá quería tener cerca nuestro silencio para poder pensar que estaba acompañado... y nosotras, exageradas como siempre, le dimos todos nuestros pensamientos.

¿Acaso no es cuando no damos nada, cuando más recibimos de un hombre?
Y, cuando vamos por nuestro camino, sin detenernos, él estira sus manos y quiere llevarnos a su camino, dejarnos transitar por él, mostrarnos el puerto de donde todo parte. Y cuando no lo vemos, quiere que lo miremos.
Y cuando no lo amamos, quiere amarnos y hace lo imposible para que dejemos caer sobre él una gota de amor pequeña y transparente como una lágrima.
Y sus manos son nido cuando no somos pájaros. Y su ternura es vino cuando no somos cántaro. Y su pasión es llama cuando no somos leña. Y su cariño es un millón de luciérnagas cuando no somos noche. Y su presencia es sol cuando no somos cielo ni día ni le pertenecemos. Un hombre es un hombre es entero, valeroso y generoso solamente cuando lo obligamos a luchar sin tener la certeza del triunfo.
Cuando nuestro jardín esta sin siembra, él quiere recoger las rosas.
Cuando el muro es res .Porque lo que verdaderamente quiere un hombre es alcanzar la palabra que no fue pronunciada, es cortar las violetas que no fueron sembradas, es devorar el pan que jamás fue amasado, es escuchar la música que no fue compuesta, ni tiene aun la melodía nacida. Y quiere que volemos cuando él mismo ha cortado nuestras alas. Y quiere que tengamos los colores del arco iris cuando se ha encargado de borrarlos y dejarnos en blanco y negro, como una vieja fotografía de la desolación.
Y odia nuestra felicidad aunque sea él quien la haya provocado, porque la felicidad de los demás no lo hace feliz, como él pregona... Le provoca malestar, inseguridad, celos...
Es por eso que no sé, verdaderamente, no sé de quien nos enamoramos las mujeres, si de un hombre o de la idealización del hombre que tenemos en nuestra mente. Si de un hombre o de la imagen nuestra que vemos reflejada en el espejo de nuestro propio corazón .Y creemos que le teme a la soledad... pero él lo que ama en verdad es su soledad. Porque tal vez lo que un hombre verdaderamente teme, es perder su soledad... Esa soledad que le hace sentir que nadie va a cambiarlo, que es él mismo... Y que un hombre no se da ni se comparte.